Breve historia de un inversor profesional. De analista fundamental a analista técnico.

Corría el año 2005 y comenzaba mi andadura profesional en el mundo de las inversiones. Atraído por el glamour de los coches, trajes y fiestas asociados al mundo de la inversión, y visto que no iba a poder triunfar en el deporte, tuve la suerte de empezar a trabajar en un family office en Valencia.

El análisis fundamental de las compañías era el objeto principal del trabajo y, tras varios meses como ayudante, los movimientos laborales me llevaron a hacerme cargo temporalmente de la cartera de los sectores lujo y tabaco, aunque posteriormente llegaría a ser mi tarea definitiva. Por las tardes, completaba mi formación de Licenciado en Economía con el estudio de un Máster Bursátil y Financiero en la Bolsa de Valencia que, me permitiría obtener el título de Analista Financiero Internacional (CIIA).

Durante ese tiempo, aprendí métodos de valoración, realizar proyecciones y distinguir a vendedores de humo de empresas “serias”, pues en plena burbuja inmobiliaria y como buen valenciano, Astroc estaba en cualquier corrillo que se preciara. Descubrí que el inversor real no realiza grandes ostentaciones de sus posesiones y, en cambio, si realiza grandes sesiones de trabajo y de análisis, destripando las empresas e intentando encontrar algo que pocos o nadie ha visto y que me ofreciera una ventaja invertible. Nada que ver con los ganchos que aparecen publicitándose hoy en día en internet.

Y aquí es donde empecé a dudar de muchas cosas. Tras destripar cuentas de resultados de LVMH, Bulgari, Richemont o PPR (actual Kering), veía que hacía excesivas presunciones que influían excesivamente en el precio objetivo de la compañía. Crecimiento esperado de ventas, costes asociados al negocio, gastos de financiación, tasa de descuento, etc. Semanas de trabajo quedaban reducidas a muy pocos frutos, cuando llegaba a la conclusión de que una empresa estaba “cara” y no podíamos invertir ahí. La tentación de forzar los números para incrementar los precios objetivos era alta, subir medio punto las ventas en algún sector o región, reducir el incremento de los costes o mover un cuartillo de punto los tipos de interés esperados hacían que el target cambiara sustancialmente y así, incorporar o incrementar la posición en cartera y satisfacer el ego personal de tener bajo análisis un mayor patrimonio. Lógicamente, cuando llegaba a defender mis valoraciones al comité de inversiones, se me descosían las costuras. Era complejo que un chaval de poco más de 20 años que no sabía pronunciar Hermès, convenciera de que la empresa pudiera crecer más o menos en Asia o en los artículos de piel.

Luego el tiempo daba o quitaba razones. Valores que creía sobrevalorados se mantenían alcistas en el tiempo y valores deprimidos y con buenos fundamentales, marcaban nuevos mínimos. Mis dudas sobre mi trabajo crecían. ¿Tenía la información correcta, o la que las empresas querían que tuviera? Al igual que yo forzaba mis análisis, quizá las empresas hagan lo mismo con su contabilidad. Años atrás se había destapado el escándalo de Enron y la crisis financiera de 2007 y 2008 dejó al descubierto múltiples casos de contabilidad creativa.

Mientras tanto, en mi cabeza, circulaban las ideas de un profesor que había tenido en el Máster, un tanto excéntrico, solo había trabajado para terceros durante un año y vivía de la bolsa, analizando gráficos que según decía, llevaba años dibujándose en papel milimetrado y había conseguido programar para poder visualizar en el ordenador. Nos explicaba figuritas de nombre gracioso, banderitas, martillos, hombro-cabeza-hombro, etc y nos introdujo en Visual Chart, la tercera edición por aquel entonces. Aunque en su momento no le hice mucho caso, los libros de inversión raramente hablan de análisis técnico y si lo hacen, es para hablar barbaridades de él, poco a poco fue captando mi atención. Tras mis análisis financieros, me empezó a dar por mirar el gráfico de los valores que analizaba. Estudié al teoría de Dow, Fibonacci o Elliot y poco a poco, me fui dando cuenta que las tendencias funcionaban más de lo que pensaba.

El precio de una acción recoge toda la información, conocida y privilegiada. Esa es la visión de los analistas técnicos. Aunque en mi opinión no es del todo cierto, en valores grandes y muy analizados como puede ser el caso de la bolsa americana, o en los selectivos nacionales, queda poco margen para que el análisis pueda ofrecer cierta ventaja competitiva, a menos de que nos creamos Warren Buffett. En small caps o mercados europeos, la cuestión puede ser diferente, y si se pueden encontrar oportunidades por valoración, aunque el porcentaje de acierto o la capacidad de manipulación tanto de un gran inversor como de los insiders sobre la cotización, me llevaron poco a poco a no considerar esa mi guerra y dedicarme a otras opciones donde si pueda tener alguna ventaja competitiva.

Hoy, 20 años después, he conseguido un método que me permite ser consistente en las ganancias. Pasadas las fases de chicharros, derivados y demás operativas que acababan tumbando las cuentas, he conseguido mantenerme al margen de los cantos de sirena y vincularme a empresas a priori con futuro, aplicando filtros en base a crecimiento de ingresos y beneficios, negocio sencillos y con cierta ventaja competitiva frente a sus competidoras. Lógicamente, mantengo o he mantenido algún valor más volátil, vinculado a bitcoin, cannabis o ciertos nichos de tecnología que se escapan a mis conocimientos, aunque dándole un escaso peso sobre el total de mi cartera.

Dentro de ese universo, tengo en radar más de 100 compañías, hago mi selección en base a análisis técnico, entrando en las compañías con operativa de corto plazo pero con intención de alcanzar ondas de orden superior que me permitan estar en los valores durante varios años, ya que cabe recordar que realizar plusvalías implica de facto compartir un 20% de las ganancias con el Estado vía Hacienda. El numero de valores también es limitado, no más de 15/20 valores, ya que carteras más diversificadas conlleva cierta réplica del índice asumiendo una serie de costes. No importa si se va a la bolsa a jugar, pero si se quiere ganar dinero, es más rentable comprarse un ETF del S&P500.

Tampoco todas las posiciones tienen el mismo tamaño en la cartera. Aunque por lo general, el importe a invertir en un título suele ser en mismo, en valores de fuerte convicción la posición adquirida es mayor, entre un 50% y un 100% superior a la posición habitual mientras que, en valores más volátiles o donde busco una operación arriesgada, los recursos destinados no sobrepasan bajo ningún concepto la mitad de la posición habitual.

Para terminar y a modo de resumen, no se decir que es mejor, el análisis fundamental o el técnico, por lo que me he quedado con una combinación de ambas. Solo tengo una cosa clara, como diría Valdano en el futbol, “la bolsa es un estado de ánimo”, y quizá sea más interesante estudiar el comportamiento de los inversores, optimismos y miedos. Y los gráficos quizá, sean el método de aproximación más fiable que disponemos para analizar ese comportamiento. Y como el inversor tiende a sobrereaccionar ante noticias y resultados, quizá, si invertimos en buenas empresas con fundamentales sólidos, en el largo plazo la probabilidad de éxito sea mayor.

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